El 20 de junio del 2001, una madre y ama de casa de Texas, Andrea Yates, llenó la tina del baño y ahogó a sus cinco hijos, cuyas edades fluctuaban entre seis meses y siete años. Durante muchos años, la señora Yates, de 37 años, había luchado con hospitalizaciones, drogas psiquiátricas e intentos de suicidio. El 12 de marzo de 2002, el jurado rechazó su defensa de demencia y la encontraron culpable de asesinato capital.
Para la profesión legal y para los medios, la historia se había contado y el caso se había cerrado. Era de esperarse que la psiquiatría presentara excusas. La señora Yates sufría de una severa enfermedad mental que era "resistente al tratamiento", o se le había "negado una atención apropiada y calificada de salud mental".
La CCDH de Texas no estaba satisfecha. Consiguió evaluaciones médicas independientes de los registros médicos de la señora Yates. El consultor científico, el Dr. Edward G. Ezrailson, informó que el cóctel de drogas prescrito a la señora Yates causaba intoxicación involuntaria.
La "sobredosis" de un antidepresivo y las "altas dosis repentinas" de otro, "empeoraron su comportamiento", dijo. Esto la "llevó al asesinato".
Las investigaciones del autor Robert Whitaker descubrieron que las drogas antipsicóticas reducen la psicosis temporalmente pero a largo plazo hacen que los pacientes sean más propensos a ella biológicamente. Un segundo efecto paradójico, se hizo visible en los neurolépticos más potentes, es un efecto secundario llamado acatisia (a, sin; katisia, sentarse; una incapacidad de mantenerse quieto). Este efecto secundario se ha relacionado con comportamiento violento y con ataques.
Un estudio de los años 90 determinó que el 50% de todas las peleas en los pabellones psiquiátricos pueden vincularse con la acatisia. Los pacientes describieron "una urgencia violenta de atacar a cualquiera que esté cerca".
En 1998, un informe británico reveló que al menos el 5% de pacientes de SSRI (Inhibidores Selectivos de Recaptación de la Serotonina) sufren efectos secundarios "comúnmente reconocidos" que incluyen agitación, ansiedad y nerviosismo. Aproximadamente el 5% de los efectos secundarios reportados incluyen agresión, alucinaciones, malestar y despersonalización.
En 1995, nueve psiquiatras australianos informaron que los pacientes se habían herido con cuchillos o habían sentido preocupación por la violencia mientras tomaban SSRI. Un paciente les dijo a los psiquiatras: "Yo no quería morir, sólo sentía que tenía que desgarrar mi carne".
Efectos de la Abstinencia de las Drogas
En 1996, el National Preferred Medicines Center Inc. en Nueva Zelanda, emitió un informe sobre "Abstinencia aguda de las drogas", diciendo que el retirarse de drogas psicoactivas puede causar: 1) efectos rebote que intensifican los síntomas anteriores de la "enfermedad" y, 2) nuevos síntomas no relacionados con la condición original y desconocidos para el paciente.
El Dr. John Zajecka informó en del Boletín de Psiquiatría Clínica que la agitación e irritabilidad experimentada por pacientes que están dejando de tomar uno de los SSRI puede causar "impulsos agresivos y suicidas".
En Lancet, el boletín médico Británico, el Dr. Miki Bloch informó sobre pacientes que se volvieron suicidas u homicidas después de dejar los antidepresivos.
Entre ellos, un hombre que tenía pensamientos de dañar a "sus propios hijos".
Mientras los psiquiatras continúan negando que exista un vínculo entre la violencia suicida y las drogas, diciendo que es algo como meramente "anecdótico", los tribunales están empezando a actuar cuando las asociaciones psiquiátricas no están dispuestas a hacerlo.
El 25 de mayo del 2001, un juez australiano culpó a un antidepresivo psiquiátrico de transformar a David Hawkins, un hombre pacífico y respetuoso de la ley, en un asesino violento.
El Juez Barry O'Keefe del Tribunal Supremo de Nueva Gales del Sur dijo que si el señor Hawkins no hubiera tomado antidepresivos, "es abrumadoramente probable que la señora Hawkins no hubiera sido asesinada..."
En junio del 2001, un jurado de Wyoming otorgó 8 millones de dólares a los familiares de Donald Schell, que empezó a disparar como loco después de tomar un antidepresivo. El jurado determinó que la droga fue responsable de inducirlo a disparar desenfrenadamente, en un 80%.
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