El uso de glifosato, que está incluido en la lista de productos “probablemente cancerígenos en humanos” de la Agencia Internacional de Investigación del Cáncer desde 2015, es motivo de debate desde hace años y ha puesto al gigante Monsanto en la mira de todos los organismos de salud.
El químico es utilizado como herbicida para matar hierbas perjudiciales para la cosecha, y lo hace bloqueando una enzima particular que las plantas utilizan para la producción de aminoácidos, que al no estar presente en los animales no debería afectarlos.
Sin embargo esa enzima sí es producida por algunas bacterias que viven en el sistema digestivo de, por ejemplo, las abejas. Y según un nuevo estudio publicado en los Archivos de la Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos, la reducción de la población puede estar relacionado con el uso del glifosato.
Los investigadores expusieron a un grupo de abejas a concentraciones del químico similares a las que pueden encontrarse en regiones tratados con el herbicida, y compararon los resultados con los de otro grupo que no había sido expuesto.
Después de tres días en las abejas expuestas al glifosato mostraron un microbioma intestinal débil y una reducción significativa de una especie de bacteria que las ayuda no solo a procesar alimentos, sino también a defenderse de los agentes que pueden generar infecciones o enfermedades.
Cuando los dos grupos fueron expuestas a uno de estos agentes, la mitad de las abejas con un sistema saludable seguían con vida después de ocho días, mientras que apenas una décima parte de las abejas afectadas por el glifosato sobrevivieron.
En este momento las pautas asumen que las abejas no son dañadas por los herbicidas y nuestro estudio demuestra que eso no es verdad, dijo Erick Motta, el líder de la investigación.
De acuerdo a los investigadores, los abejorros tiene microbiomas similares a las melíferas (las utilizadas en el estudio), por lo que es muy probable que el herbicida también los afecte. Su recomendación es que se eviten los productos basados en glifosato en plantas que las abejas puedan llegar a visitar.
En una línea similar James Crall, un biólogo de la Universidad de Harvard, decidió examinar el comportamiento de las abejas luego de ser expuestas a neonicotinoides, el insecticida más popular del mundo.
El estudio presentaba complicaciones porque es casi imposible rastrear a un grupo de abejas en una colonia para registrar modificaciones en su comportamiento, pero gracias a la combinación de cámaras de alta resolución, robótica y un sistema de rastreo instalado en la parte superior de cientos de abejorros, la investigación fue posible.
El equipo eligió abejorros en lugar de melíferas porque sus colonias son mucho más reducidas (cientos contra decenas de miles) y no se ven afectadas por una situación de confinamiento.
El experimento consistió en alimentar a nueve colonias con jarabe de azúcar con una reducida cantidad de insecticida durante un período de 12 días para estudiar los desarrollos en su comportamiento.
Mientras que los abejorros suelen pasar 25 por ciento de la noche cuidando a sus crías, los resultados demostraron que los grupos alimentados con insecticida presentaban un letargo particular y dedicaban menos del 20 por ciento del tiempo a esa tareas.
Las abejas mostraban menos actividad social en general y una incapacidad para regular la temperatura de la colmena (que normalmente hacen flexionando los músculos y abanicando las alas), fundamental para mantener a las crías a salvo y garantizar el futuro de la colonia.
“Todos los engranajes tiene que estar girando al mismo tiempo para que la máquina funcione bien,” dijo Richard Gill, un ecologista especializado en abejas de la Universidad Imperial de Londres, advirtiendo también que los pesticidas pueden afectar el crecimiento de las colonias. Y como todos sabemos, sin abejas en el mundo, toda la vida sobre la faz de la tierra se podría volver un tanto complicada.
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